Para @arcianotresojos y @Dalt_Enfurecido
—Te traigo otro, pequeño —dijo la chica de pelo plateado —. Espero que te guste, es un chico joven. Debes estar harto de alimentarte de viejos cansados. Está en la entrada —. La chica bajó las escaleras y se fue. Lampent no sabía muy bien por qué le ayudaba, Casandra apareció hace dos años y desde entonces le trajo un humano cada semana para que él y sus amigos se pudieran alimentar. Además esa chica tenía algo especial, más de una vez habían intentado alimentarse de su energía vital, pero no podían, básicamente porque no tenía. De todos modos, Lampent fue a buscar a los Litwick.
Estaban todos juntos en una habitación que parecía haber pertenecido a un bebé tiempo atrás. Les hizo una señal y se dirigieron todos juntos hacia la entrada. Allí estaba el chico, tal como le había dicho Casandra, inmóvil, con la mirada fija en un punto invisible, como siempre, como todos los que traía. Lampent se acercó a él, lo tocó con una de sus extremidades y los Litwick empezaron a rodearlo haciendo un círculo. El chico cada vez estaba más pálido, las piernas le fallaban y respiraba profundamente como si se estuviera ahogando, pero seguía allí, sin moverse. Cuando terminaron, el chico cayó al suelo y los Litwick se marcharon para volver a la habitación. El chico inerte, tenía los ojos abiertos con la mirada perdida, parecía muerto pero seguía respirando. Casandra, que apareció de la nada, lo cogió de las piernas y se lo llevó al sótano, como siempre, como todos los que traía.
Y aunque podía parecer una chica extraña, Lampent le tenía cariño, mucho cariño. Cuando era un pequeño Litwick tenía un entrenador, un chico llamado Damián. Se querían mucho, eran muy buenos amigos, y no paraban de ganar combates. Pero un día empezaron a perder, y el amor de Damián cada día se parecía más al desprecio. Finalmente lo abandonó, le dejó en un almacén, le dijo que volvería y Litwick le creyó, pero el tiempo pasó y el chico no cumplió su palabra. Se pasó días y días esperándolo, cada día que pasaba hacía que su llama se debilitara más y más, pero él creía en su entrenador, no quería irse ¿y si volvía cuando ya no estuviera? Pensaría que era desleal, que nunca fue un buen Pokémon. Así que se quedó, esperándolo.
Un día lluvioso, Litwick estaba tan débil que pensaba que no sobreviviría, cuando Casandra apareció. Entró, lo cogió en brazos y tapándolo con una manta se lo llevó a su nuevo hogar. Nunca supo como sabía que Litwick estaba allí ni por qué sabía lo que pasó con Damián. Pero allí le curó y le trató bien. Cuando estuvo recuperado quiso volver al almacén por si Damián volvía. Así que Casandra le sujetó le miró a los ojos y le dijo la verdad, que Damián no volvería, que no lo quería porqué era débil. Eso lo sabía desde hace mucho tiempo, pero no quería creérselo, habían estado tan unidos... y al final sólo le quería por su fuerza. Desde ese día Lampent se propuso hacerse fuerte y llegar a ser un Chandelure, para que si algún día volvía a encontrarse con Damián, poder absorberle el alma y enviarlo al Inframundo.
Después de alimentarse de toda esa energía, la llama de Lampent volvió a estar tan viva como siempre. Hacía tiempo que no se sentía tan poderoso, la vitalidad de un humano joven era mucho más poderosa que la de los viejos. De hecho, se podría decir que era el más poderoso del grupo, hasta ahora era el único que había absorbido suficiente energía como para poder evolucionar a Lampent. Aunque en esa mansión abandonada, no solo vivían ellos, había otros Pokémon, aunque como no se llevaban muy bien no acostumbraban a juntarse.
Cuando Casandra volvió le hizo una señal. —Ven —le dijo — quiero, enseñarte algo —. La siguió, nunca había bajado al sótano, ¿para qué?, allí no hay nada, lo bueno está arriba, en los muebles que una vez tuvieron dueños, de ellos se podía sacar la poca energía que habían dejado, la suficiente para pasar la semana hasta que Casandra trajera a otro humano.
Bajaron por unas escaleras que parecían eternas. —¿Sabes qué? Pronto es nuestro cumpleaños, mañana cumpliremos dos años desde que te encontré en ese almacén —. Dijo Casandra, sonriendo. Muy pocas veces sonreía, y cuando lo hacía parecía más humana. —Tengo un regalo para ti —siguió —no puedo esperar a dártelo. Estoy segura que te hará ilusión. No sé si sabes lo que es, ni lo que hace. Ya te lo contaré a su debido tiempo... Oh, aquí empieza a estar más oscuro, me temo que ni tu luz puede iluminar el camino... ¿puedes usar Fuego Fatuo? —Lampent siempre servicial con su salvadora, empezó a escupir llamas azules que empezaron a recorrer todo el pasillo, y con eso todo quedó iluminado. Casandra le miró y volvió a sonreír. Se giró y aceleró el paso, Lampent la siguió. Era un pasillo largo, lleno de puertas, parecía un laberinto. Las puertas tenían unos dibujos extraños que Lampent desconocía, un palo, dos palos, dos palos cruzados... debían de significar algo porque Casandra se los miraba todos.
Finalmente Casandra se paró delante de una puerta. Aunque esa puerta no tenía ningún dibujo. —¡Aquí está! —exclamó. Sacó una llave del pantalón y la metió en el agujero de la puerta, la giró y se abrió. Pero dentro no había nada, nada excepto una caja en el fondo y que parecía sellada.
—Tu regalo está aquí dentro —. Casandra metió una llave en el candando del baúl. Lo abrió y sacó un objeto envuelto por un trapo de seda como el carbón. —Aquí está tu regalo —dijo mientras lo desenvolvía. Cuando lo hubo descubierto, vio ese objeto, era una piedra negra como la propia oscuridad, una Piedra Noche.
Y aunque podía parecer una chica extraña, Lampent le tenía cariño, mucho cariño. Cuando era un pequeño Litwick tenía un entrenador, un chico llamado Damián. Se querían mucho, eran muy buenos amigos, y no paraban de ganar combates. Pero un día empezaron a perder, y el amor de Damián cada día se parecía más al desprecio. Finalmente lo abandonó, le dejó en un almacén, le dijo que volvería y Litwick le creyó, pero el tiempo pasó y el chico no cumplió su palabra. Se pasó días y días esperándolo, cada día que pasaba hacía que su llama se debilitara más y más, pero él creía en su entrenador, no quería irse ¿y si volvía cuando ya no estuviera? Pensaría que era desleal, que nunca fue un buen Pokémon. Así que se quedó, esperándolo.
Un día lluvioso, Litwick estaba tan débil que pensaba que no sobreviviría, cuando Casandra apareció. Entró, lo cogió en brazos y tapándolo con una manta se lo llevó a su nuevo hogar. Nunca supo como sabía que Litwick estaba allí ni por qué sabía lo que pasó con Damián. Pero allí le curó y le trató bien. Cuando estuvo recuperado quiso volver al almacén por si Damián volvía. Así que Casandra le sujetó le miró a los ojos y le dijo la verdad, que Damián no volvería, que no lo quería porqué era débil. Eso lo sabía desde hace mucho tiempo, pero no quería creérselo, habían estado tan unidos... y al final sólo le quería por su fuerza. Desde ese día Lampent se propuso hacerse fuerte y llegar a ser un Chandelure, para que si algún día volvía a encontrarse con Damián, poder absorberle el alma y enviarlo al Inframundo.
Después de alimentarse de toda esa energía, la llama de Lampent volvió a estar tan viva como siempre. Hacía tiempo que no se sentía tan poderoso, la vitalidad de un humano joven era mucho más poderosa que la de los viejos. De hecho, se podría decir que era el más poderoso del grupo, hasta ahora era el único que había absorbido suficiente energía como para poder evolucionar a Lampent. Aunque en esa mansión abandonada, no solo vivían ellos, había otros Pokémon, aunque como no se llevaban muy bien no acostumbraban a juntarse.
Cuando Casandra volvió le hizo una señal. —Ven —le dijo — quiero, enseñarte algo —. La siguió, nunca había bajado al sótano, ¿para qué?, allí no hay nada, lo bueno está arriba, en los muebles que una vez tuvieron dueños, de ellos se podía sacar la poca energía que habían dejado, la suficiente para pasar la semana hasta que Casandra trajera a otro humano.
Bajaron por unas escaleras que parecían eternas. —¿Sabes qué? Pronto es nuestro cumpleaños, mañana cumpliremos dos años desde que te encontré en ese almacén —. Dijo Casandra, sonriendo. Muy pocas veces sonreía, y cuando lo hacía parecía más humana. —Tengo un regalo para ti —siguió —no puedo esperar a dártelo. Estoy segura que te hará ilusión. No sé si sabes lo que es, ni lo que hace. Ya te lo contaré a su debido tiempo... Oh, aquí empieza a estar más oscuro, me temo que ni tu luz puede iluminar el camino... ¿puedes usar Fuego Fatuo? —Lampent siempre servicial con su salvadora, empezó a escupir llamas azules que empezaron a recorrer todo el pasillo, y con eso todo quedó iluminado. Casandra le miró y volvió a sonreír. Se giró y aceleró el paso, Lampent la siguió. Era un pasillo largo, lleno de puertas, parecía un laberinto. Las puertas tenían unos dibujos extraños que Lampent desconocía, un palo, dos palos, dos palos cruzados... debían de significar algo porque Casandra se los miraba todos.
Finalmente Casandra se paró delante de una puerta. Aunque esa puerta no tenía ningún dibujo. —¡Aquí está! —exclamó. Sacó una llave del pantalón y la metió en el agujero de la puerta, la giró y se abrió. Pero dentro no había nada, nada excepto una caja en el fondo y que parecía sellada.
—Tu regalo está aquí dentro —. Casandra metió una llave en el candando del baúl. Lo abrió y sacó un objeto envuelto por un trapo de seda como el carbón. —Aquí está tu regalo —dijo mientras lo desenvolvía. Cuando lo hubo descubierto, vio ese objeto, era una piedra negra como la propia oscuridad, una Piedra Noche.
Muy buenas tus historias, tenés alguna otra página donde públicas mas?
ResponderEliminarTe animo a seguir. A mis hijos les fascinan tus cuentos. Les leo uno cada noche.
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