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martes, 6 de enero de 2015

El Bulbasaur Explorador II


Imagen sacada de: http://all0412.deviantart.com/
Primera Parte: El Bulbasaur Explorador I

Todo estaba oscuro, hacía días que no comía y no paraba de rugirle el estómago. Cayó un rayo bastante cerca y Bulbasaur se asustó. Estaba acostumbrado a oír truenos, había vivido en un gran árbol junto a sus hermanos y los rayos siempre caían en él. Pero esta vez estaba totalmente solo, y hacía ya dos noches que no paraba de llover. No había podido salir de la cueva que había encontrado dado que llovía con tanta fuerza que era imposible ver nada, y menos de noche.

Bulbasaur había encontrado esa cueva hacía ya tiempo, entraba para dormir y salía para buscar comida, pero en cuanto empezó a llover tuvo que quedarse dentro. Y lo peor es que cada vez hacía más frío, dentro de nada empezaría a caer las primeras nevadas y como no encontrara un lugar mejor que ese moriría de frío. Casi todos los pokémon del tipo planta era débiles a los cambios de temperaturas, una temporada con un calor demasiado fuerte podría secarlos y si hacía demasiado frío se congelarían en poco tiempo. Bulbasaur se levantó poco a poco e hizo ademán de adentrarse más en la cueva. Era una cueva profunda, tanto que Bulbasaur no era capaza de ver el final, hasta ahora no se había adentrado mucho porque había oído unos ruidos raros en el fondo de la cueva. Pero estaba hambriento y no parecía que fuera a parar de llover en breve. Así que con el estómago vacío y el corazón latiendo a toda velocidad fue hacia adentrándose dentro de la cueva. Estuvo un rato caminando sin ver nada, pero sus ojos se empezaron a adaptar a la oscuridad y empezó a ver formas; piedras brillantes que sobresalían de las paredes, raíces de árboles en el techo, pero nada raro. Siguió caminando, como no había nada Bulbasaur se fue tranquilizando y con las ganas de saber qué es lo que encontraría se olvidó del hambre que tenía.

Entonces se oyó un golpe en el fondo de la cueva, Bulbasaur se paró en seco y su corazón volvió a acelerarse. No movió ni un músculo y agudizando el oído solo consiguió oír los latidos de corazón. Al poco rato se dio cuenta que había estado aguantando el aliento, aspiró poquito a poco y empezó a andar de nuevo. Se volvió a oír el golpe. — ¿Quién anda ahí? — preguntó Bulbasaur. — Sé que estás a-ahí, n-no me das mi-miedo—. A medida que iba hablando se ponía más nervioso y empezó a balbucear. Se volvió a oír el golpe, esta vez más fuerte. Bulbasaur consiguió identificar el sonido, eran pasos. Bulbasaur retrocedió con los ojos como platos, intentando ver en la oscuridad.

Sin necesidad de agudizar más la vista, aparecieron siete ojos anaranjados que brillaban como el sol al ponerse. Parecían pertenecer al mismo individuo dado que estaba juntos, tres en vertical, uno en medio, y otros tres más. Tras esos ojos había una enorme figura, robusta y que se movía lentamente, parecía roca. Bulbasaur no había nada similar en toda su vida, y aun así tampoco parecía muy amistoso. Sabía que no podría salir corriendo hacia fuera, lo más probable es que se acabara perdiendo en el bosque por culpa de la intensa lluvia, así que cerró los ojos, se tranquilizó y los volvió a abrir.

La enorme figura seguía avanzando hacia él, Bulbasaur empezó a correr en su dirección y vio como levantaba patosamente uno de sus brazos. Apretó los dientes y corrió tan deprisa como pudo. Estaba tan cerca del individuo que casi podía tocarlo entonces lanzó su látigos entre las piernas del individuo, se agarró a una roca y se deslizó entre ellas. Estaba a la espalda de esa bestia cuando se dio cuenta que había sido una estupidez, ni siquiera sabía si esa cueva tendría salida por el otro lado, pero ahora no podía hacer otra cosa que correr.

Empezó a correr entre la oscuridad, no veía nada más que rocas y más rocas pero siguió corriendo porque oyó pasos acelerados a sus espaldas. Entonces llegó a una bifurcación, sin pensárselo dos veces fue hacia la izquierda. Esa cueva parecía un laberinto porque empezaron a aparecer caminos por todos lados, Bulbasaur siempre elegía el camino de la izquierda, aunque no sabía muy bien porque. Seguía corriendo cuando de repente recordó a sus hermanos, solían perseguirse unos a otros para jugar, se levantaban por los aires con sus látigos y se lanzaban semillas a la cara. Aunque a veces se metieran con él, echaba de menos a sus hermanos, y a su madre más que a ninguno. Se dio cuenta de que le caía una lágrima y sacudió la cabeza. Unos zubat salieron de entre la oscuridad y empezaron a volar, lo habría despertado, aun así ni se molestaron en acercarse a él. Bulbasaur cada vez estaba más cansado y noto que le faltaba el aliento. Paró al lado de una raíz grande que salía de la pared para descansar, miró hacia atrás pero no vio nada más que oscuridad, volvió la vista hacia delante y tampoco veía nada. Se tumbó en el suelo y se dio cuenta que ahí dentro, por lo menos no hacía tanto frío.

Al cabo de un rato se levantó y se acordó del hambre que tenía, seguía sin haber comido nada y además había hecho muchos esfuerzos, se tumbó en el suelo y cerró los ojos para soñar con su familia. Pasadas unas horas un ruido lo despertó, había parecido un trueno. Eso significaba que, o estaba cerca de alguna salida o la cueva no era muy profunda y el rayo había caído cerca. Siguió caminando para encontrar la salida, caminó tanto que perdió la cuenta del rato que llevaba caminando, por lo menos ningún otro pokémon, o lo que fuera eso, lo había molestado más. Y entonces vió una luz, corrió hacia ella y vio una salida al exterior, se acercó a ella y se quedó impactado. No podía creerse lo que estaba viendo.

viernes, 3 de octubre de 2014

El Oscuro Viajero


Imagen sacada de http://all0412.deviantart.com/

Vuela —. Susurró el hombre viejo, mientras lo lanzaba por los aires. Murkrow batió las alas y empezó a volar entre la oscuridad. La noche era oscura, no se veían las estrellas aunque la luna estaba enorme. Pero Murkrow tenía muy buena vista, sobretodo en la oscuridad. El bosque del norte estaba como siempre, silencioso y tranquilo, aún así alzó el vuelo para pasar por encima de los árboles, el hombre viejo le había dado de comer antes de despedirlo, por lo que no tendría que cazar. Observó el bosque desde arriba maravillado, no sabía por qué pero le fascinaba. Por muchas veces que lo viera, ese bosque tenía un encanto especial.

Rápidamente encontró una corriente de aire caliente, se metió en ella y se dejó llevar. Esa noche era más fría que las demás, tuvo mucha suerte. Gracias a la corriente Murkrow volaba mucho más rápido y sin ni siquiera esforzarse. No tardaría mucho en llegar al castillo del norte esa noche, a no ser que se pusiera a llover. El cielo tenía alguna nube pero el aire era seco, ni siquiera había niebla, no parecía que tuviera que llover en mucho tiempo. Entonces Murkrow se fijó que a lo lejos había una sombra con alas que se acercaba a mucha velocidad. No parecía que fuera por casualidad que la sombra se dirigiera directamente a él. Murkrow ya estaba acostumbrado, a esas horas habían muchos Zubat revoloteando por el bosque y siempre había alguno más valiente que se atrevía a atacarlo.
Ilustración propia

La silueta del pokémon cada vez era más grande y estaba más cerca. Murkrow salió de la corriente de aire y dejó de avanzar para situarse a la misma altura del otro pokémon. Para entonces ya tenía al otro pokémon encima, Murkrow hizo un gesto para esquivar el golpe y se giró para lanzarse hacia él para azotarle con el ala dura como el acero, pero falló. La nube que hasta ese momento había estado ocultando la luna decidió moverse y con la luz lunar pudo ver al enemigo, no era un Zubat, sino un Golbat. No sabía si iba a estar preparado para luchar contra un Pokémon como ese. Él había sido entrenado para viajar de un castillo a otro para entregar mensajes, no para luchar, aun así a veces era necesario.

Los Pokémon estaban a unos metros de distancia uno del otro, y a bastantes más del suelo. Ambos se quedaron mirando los ojos del rival hasta que Golbat gritó de una forma que hizo que Murkrow se estremeciera, pero si no aprovechaba ese momento podría perder. Así que voló directo hacia el Pokémon enemigo y le asestó un golpe con el pico, esta vez no falló y el golpe hizo que Golbat se balanceara. El enemigo enfurecido atacó con las fauces tan abiertas que daban miedo, pero Murkrow dejó de batir las alas y cayó, esquivando el ataque. Ahora que lo tenía encima tal vez parecía que tenía desventaja pero aprovechó cuando se abalanzó sobre él para esquivarlo por el lado y desgarrar una de sus alas con las garras.

Golbat parecía agotado, el golpe que le había dado con el pico había sido más potente de lo que le había parecido. Pero entonces Murkrow sintió como unos colmillos se le hundían en la carne del cuello. Se giró y vio que había otro Pokémon, otro Golbat, de sus colmillos afilados no goteaba su sangre sino un líquido morado. "Veneno." Pensó. Murkrow empezó a marearse y a sentirse más débil. La sangre le hervía en las venas y parecía que la cabeza le tuviera que explotar. En ese estado no podía seguir luchando.

Entonces la vio. Una pequeña luz naranja parpadeaba al otro lado del bosque. Tenía que ser el castillo, parecía que con la corriente a su favor había avanzado mucho más rápido de lo que pensaba. Pero una ala le falló y Murkrow empezó a caer, con las fuerzas que le quedaban se agarró de la rama de un árbol. —Tengo que llegar al castillo como sea, de lo contrario estoy muerto —. Oyó otro grito estremecedor y miró hacia arriba, había tres Zubat a parte de los Golbat de antes, y todos se dirigían hacia él.

Murkrow batió las alas pero cuando estaba a unos metros volvió a caer. El veneno le debilitaba mucho y no parecía que pudiera volar. Así que volvió a posarse en la rama y con las fuerzas que le quedaban saltó de rama en rama impulsándose con las alas. No había rastro de los Pokémon salvajes, quizá no les gustara entrar en el bosque. Aprovechándose de eso siguió saltando. A lo lejos vio un Hoothoot, aunque no parecía agresivo, tan solo estaba en un agujero de un árbol observando todo lo que ocurría con sus enormes ojos.

Finalmente llegó al final del bosque, solo quedaban unos pocos metros para llegar al castillo, aunque la torre dónde tenía que ir era la más alta. Ahí parado lo único que conseguiría era morir envenenado, así que cerró los ojos, respiró hondo y empezó a batir las alas. Un calambre le recorrió el muslo, pero siguió batiendo las alas, ahí ya no había árboles y estaba a una altura lo suficientemente alta para quitarse la vida en caso de que cayera. Le dio otro calambre y ahora ya no solo la pata, sino todo el cuerpo le dolía, cada segundo era un infierno y el castillo parecía no llegar nunca.

Tras unos dolorosos minutos finalmente llegó al castillo, se puso en la ventana y gritó varias veces. Pasaron uno minutos pero no contestaba nadie, y Murkrow cada vez tenía la vista más borrosa. Ahí no había nadie más que unos Murkrow y Pidove durmiendo y el dolor era insoportable. Murkrow ya agotado y dolorido no pudo aguantar más así que se dejó caer al suelo. Pocos segundos después se abrió la puerta y entró alguien en la torre, lo último que oyó antes de desmayarse fue: “...veneno... espero poder salvarlo...”