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martes, 30 de junio de 2015

Las Lágrimas de una Madre


Imagen sacada de: http://all0412.deviantart.com/
Si quieres saber lo que pasó antes de este cuento lee estos primero (no son necesarios): 
El Bulbasaur Explorador I
El Bulbasaur Explorador II

Ya empezaba a hacer el frío glacial de todos los años, y seguía sin encontrar ni rastro de su hijo. Venusaur llevaba mucho tiempo lejos de casa en busca de su pequeño Bulbasaur desaparecido. Desde el momento en que oyó al Scolipede sabía que pasaba algo, en ese mismo instante salió disparada para ver qué pasaba pero lo único que encontró fue el Scolipede con el que había luchado antes, gritando desde lo alto de la cascada. Pero su instinto de madre le decía que había pasado algo con alguno de sus hijos. 

Volvió al Gran Árbol para asegurarse de que todos estaban bien. Pero se dio cuenta de que faltaba su hijo menor. Quiso esperar para ver si volvía solo, pero pasaron los días y Bulbasaur no volvía. Venusaur no podía estar más preocupada que cualquier otra madre, era su hijo, su pequeñín, el cual siempre tenía que defender de sus otros hermanos que se burlaban de él por ser débil. Tenía que encontrarlo.

Dejó a su hijo mayor al cargo de los demás tras contarles lo sucedido, ellos lo entendieron y la dejaron marchar. Ya había pasado mucho tiempo desde que desapareció, y Venusaur se había recorrido todo lo que conocía del bosque. Así que mucho a su pesar se dirigió en terreno desconocido. Llegó a una pradera, había algunos Rhyhorn pastando pero nada fuera de lo común, siguió caminando pero no veía nada más que hierba y algún que otro Rhyhorn. Se encontró con un árbol de bayas, bayas frambu, las favoritas de Bulbasaur.

En ese instante Venusaur recordó la primera vez que Bulbasaur probó esas bayas, Bulbasaur mordió una y se le abrieron los ojos como dos lunas llenas, se le formó una sonrisa de oreja a oreja y empezó a saltar. Cogió todas las bayas frambu que pudo y se las comió en un instante, esa noche tuvo dolor de barriga. Venusaur tuvo que pasar la noche en vela para cuidar de él. Desde entonces no le dejó coger más de 4 bayas frambu para que no se pusiera malo otra vez. El grito de un Tropius la devolvió a la realidad, Venusaur se dio cuenta de que estaba llorando.

Usó sus látigos para secarse las lágrimas y cogió algunas bayas para comer y dárselas a Bulbasaur cuando lo encontrara. Siguió caminando con los ojos bien abiertos pero no veía nada de nada. La mayoría de árboles ya no tenían hojas ni bayas, suerte que algunas florecen en esa época tan fría.

Cuando ya estaba dejando la pradera a sus espaldas se metió en otro bosque, era igual que en el que había vivido, ya casi ningún árbol tenía hojas. Después de mucho buscar sin éxito se encontró con una cueva, estaba situada en el pie de una gran montaña. Como ya se estaba haciendo de noche entró para refugiarse. Una vez que Venusaur encontró un sitio cómodo se comió algunas bayas y cerró los ojos.

Esa noche soñó con Bulbasaur, Venusaur estaba junto a él y sus otros hijos, todos jugaban en el Gran Árbol. Venusaur los observaba, sonriendo. Lo único que desea una madre es que sus hijos sean felices y crezcan sanos y fuertes, y en ese sueño todo parecía perfecto. Pero todo oscureció y todos sus hijos empezaron a caer, uno por uno desde su pequeño Bulbasaur a su hijo mayor Ivysaur. Todos caían en un oscuro abismo sin fin y ella no podía hacer nada, sus piernas no se movían, empezó a llorar y gritar. Los intentaba agarrar con sus látigos pero ya habían desaparecido. Un golpe despertó a Venusaur.

Venusaur abrió los ojos, llorosos. Tenía la respiración acelerada y le temblaba todo, había sido un sueño, nada más. Pero su hijo seguía desaparecido. Volvió a sonar un golpe, esta vez Venusaur se dio cuenta, venía del fondo de la cueva. Empezaron a oírse más golpes, parecían pasos y cada vez estaban más cerca. Venusaur se puso en alerta, intentó ver en la oscuridad pero no veía nada, se dirigió lentamente hacia el interior de la cueva para ver si veía algo.

Una figura enorme salió de la oscuridad, era más o menos del tamaño de Venusaur, aunque tenía forma humanoide y parecía que su cuerpo estaba hecho de metal. Tenía siete ojos, seis de ellos formaban un círculo y el séptimo estaba en el centro. La criatura avanzaba hacia Venusaur lentamente pero con agresividad. Cuando estuvo a una distancia lo suficiente cerca para verse uno al otro pero no tanto como para llegarse a tocar, la criatura de metal empezó a acumular energía con las manos. Venusaur en seguida supo que iba a atacar, tal vez esa cueva era su hogar y lo había molestado, aun así no podía irse. ¿Y si esa misma criatura se encontró con su Bulbasaur? Tenía que averiguarlo y estaba dispuesta a luchar para ello.

La criatura lanzó su ataque aunque Venusaur pudo esquivarlo, entonces sacó sus látigos y le rodeó con ellos, intentó elevarlo para lanzarlo por los aires pero pesaba demasiado. En ese momento de distracción la criatura agarró sus látigos y lanzó a Venusaur por los aires. Pese a su gran peso salió volando y chocó contra la pared de la cueva que hizo que se desprendiera parte de ella. Venusaur se levantó con dificultad, dispuesta a seguir luchando, se encabritó y cayó con fuerza contra el suelo con ambas patas delanteras, un temblor empezó a mover la tierra. Empezaron a caer rocas por toda la cueva, eso pareció dañar bastante a la otra criatura, además una de las rocas le dio de lleno y quedó atrapado.

Cuando parecía que lo tenía ganado, empezaron a caer más rocas, el terremoto había sido excesivamente fuerte y la cueva se estaba derruyendo. Mientras la otra criatura intentaba liberarse, Venusaur vio que era imposible seguir avanzando, en cualquier momento la cueva iba a cerrarse y tenía que salir de allí. Venusaur empezó a correr hacia el exterior, exhausta por la lucha cada vez le costaba correr más. Cuando estaba a punto de salir una roca le cayó encima y la dejó atrapada. 

Usó sus látigos para quitársela pero seguían cayendo rocas. No podía moverse y sus fuerzas cada vez eran menos. La flor de la espalda se había roto, todas las hojas habían quedado desgarradas, y no sentía las patas. “Nunca voy a volver a ver a mi Bulbasaur” pensó Venusaur, “ni a mis otros hijos, todos los Bulbasaur e Ivysaur que he criado desde que mi primer retoño salió del huevo. Sé que se las arreglarán bien sin mí, son pokémon fuertes y listos. Lo único que lamento es no poder estar con ellos un poco más” Se oyó un grito dentro de la cueva, de la criatura metálica.

Entonces unas siluetas aparecieron de dentro del bosque, ella levantó la cabeza y vio a todos sus hijos que se sentaron delante de ella. “Estamos aquí mamá” Decía el Ivysaur mayor. “Estaremos contigo hasta el final, pronto te reunirás con papá” seguían diciendo. “No estés triste, vamos a arreglárnoslas, nos has criado bien” decía la pequeña Bulbasaur. De entre todos sus hijos apareció su pequeño y querido Bulbasaur, “Sé lo que has hecho por mi mamá, no te preocupes, encontraré el camino a casa para estar con mis hermanos, no te olvidaremos, eres nuestra madre y siempre estarás con nosotros.” Con esas palabras, Venusaur cerró los ojos, el cansancio le podía. “Ya es hora de que me reencuentre con el Venusaur del que me enamoré”. Una lágrima le resbaló por la mejilla.

martes, 6 de enero de 2015

El Bulbasaur Explorador II


Imagen sacada de: http://all0412.deviantart.com/
Primera Parte: El Bulbasaur Explorador I

Todo estaba oscuro, hacía días que no comía y no paraba de rugirle el estómago. Cayó un rayo bastante cerca y Bulbasaur se asustó. Estaba acostumbrado a oír truenos, había vivido en un gran árbol junto a sus hermanos y los rayos siempre caían en él. Pero esta vez estaba totalmente solo, y hacía ya dos noches que no paraba de llover. No había podido salir de la cueva que había encontrado dado que llovía con tanta fuerza que era imposible ver nada, y menos de noche.

Bulbasaur había encontrado esa cueva hacía ya tiempo, entraba para dormir y salía para buscar comida, pero en cuanto empezó a llover tuvo que quedarse dentro. Y lo peor es que cada vez hacía más frío, dentro de nada empezaría a caer las primeras nevadas y como no encontrara un lugar mejor que ese moriría de frío. Casi todos los pokémon del tipo planta era débiles a los cambios de temperaturas, una temporada con un calor demasiado fuerte podría secarlos y si hacía demasiado frío se congelarían en poco tiempo. Bulbasaur se levantó poco a poco e hizo ademán de adentrarse más en la cueva. Era una cueva profunda, tanto que Bulbasaur no era capaza de ver el final, hasta ahora no se había adentrado mucho porque había oído unos ruidos raros en el fondo de la cueva. Pero estaba hambriento y no parecía que fuera a parar de llover en breve. Así que con el estómago vacío y el corazón latiendo a toda velocidad fue hacia adentrándose dentro de la cueva. Estuvo un rato caminando sin ver nada, pero sus ojos se empezaron a adaptar a la oscuridad y empezó a ver formas; piedras brillantes que sobresalían de las paredes, raíces de árboles en el techo, pero nada raro. Siguió caminando, como no había nada Bulbasaur se fue tranquilizando y con las ganas de saber qué es lo que encontraría se olvidó del hambre que tenía.

Entonces se oyó un golpe en el fondo de la cueva, Bulbasaur se paró en seco y su corazón volvió a acelerarse. No movió ni un músculo y agudizando el oído solo consiguió oír los latidos de corazón. Al poco rato se dio cuenta que había estado aguantando el aliento, aspiró poquito a poco y empezó a andar de nuevo. Se volvió a oír el golpe. — ¿Quién anda ahí? — preguntó Bulbasaur. — Sé que estás a-ahí, n-no me das mi-miedo—. A medida que iba hablando se ponía más nervioso y empezó a balbucear. Se volvió a oír el golpe, esta vez más fuerte. Bulbasaur consiguió identificar el sonido, eran pasos. Bulbasaur retrocedió con los ojos como platos, intentando ver en la oscuridad.

Sin necesidad de agudizar más la vista, aparecieron siete ojos anaranjados que brillaban como el sol al ponerse. Parecían pertenecer al mismo individuo dado que estaba juntos, tres en vertical, uno en medio, y otros tres más. Tras esos ojos había una enorme figura, robusta y que se movía lentamente, parecía roca. Bulbasaur no había nada similar en toda su vida, y aun así tampoco parecía muy amistoso. Sabía que no podría salir corriendo hacia fuera, lo más probable es que se acabara perdiendo en el bosque por culpa de la intensa lluvia, así que cerró los ojos, se tranquilizó y los volvió a abrir.

La enorme figura seguía avanzando hacia él, Bulbasaur empezó a correr en su dirección y vio como levantaba patosamente uno de sus brazos. Apretó los dientes y corrió tan deprisa como pudo. Estaba tan cerca del individuo que casi podía tocarlo entonces lanzó su látigos entre las piernas del individuo, se agarró a una roca y se deslizó entre ellas. Estaba a la espalda de esa bestia cuando se dio cuenta que había sido una estupidez, ni siquiera sabía si esa cueva tendría salida por el otro lado, pero ahora no podía hacer otra cosa que correr.

Empezó a correr entre la oscuridad, no veía nada más que rocas y más rocas pero siguió corriendo porque oyó pasos acelerados a sus espaldas. Entonces llegó a una bifurcación, sin pensárselo dos veces fue hacia la izquierda. Esa cueva parecía un laberinto porque empezaron a aparecer caminos por todos lados, Bulbasaur siempre elegía el camino de la izquierda, aunque no sabía muy bien porque. Seguía corriendo cuando de repente recordó a sus hermanos, solían perseguirse unos a otros para jugar, se levantaban por los aires con sus látigos y se lanzaban semillas a la cara. Aunque a veces se metieran con él, echaba de menos a sus hermanos, y a su madre más que a ninguno. Se dio cuenta de que le caía una lágrima y sacudió la cabeza. Unos zubat salieron de entre la oscuridad y empezaron a volar, lo habría despertado, aun así ni se molestaron en acercarse a él. Bulbasaur cada vez estaba más cansado y noto que le faltaba el aliento. Paró al lado de una raíz grande que salía de la pared para descansar, miró hacia atrás pero no vio nada más que oscuridad, volvió la vista hacia delante y tampoco veía nada. Se tumbó en el suelo y se dio cuenta que ahí dentro, por lo menos no hacía tanto frío.

Al cabo de un rato se levantó y se acordó del hambre que tenía, seguía sin haber comido nada y además había hecho muchos esfuerzos, se tumbó en el suelo y cerró los ojos para soñar con su familia. Pasadas unas horas un ruido lo despertó, había parecido un trueno. Eso significaba que, o estaba cerca de alguna salida o la cueva no era muy profunda y el rayo había caído cerca. Siguió caminando para encontrar la salida, caminó tanto que perdió la cuenta del rato que llevaba caminando, por lo menos ningún otro pokémon, o lo que fuera eso, lo había molestado más. Y entonces vió una luz, corrió hacia ella y vio una salida al exterior, se acercó a ella y se quedó impactado. No podía creerse lo que estaba viendo.

sábado, 16 de agosto de 2014

El Bulbasaur Explorador I


Ese día estaba nublado, ya debería haber salido el sol hace un buen rato, pero parecía que no estaba dispuesto a salir, tal vez estaba triste, aún así, Bulbasaur decidió salir del gran árbol. Bulbasaur vivía junto a siete hermanos y cuatro hermanas. A algunos ya se les había abierto el bulbo de la espalda y tenían un capullo rosado, eso significaba que ya estaban preparados para alejarse cuanto quisieran de casa, aún así ninguno se atrevía a hacerlo solo. Cuanta envidia les tenía, Bulbasaur era el más pequeño de los hermanos, aún le quedaba mucho para florecer. Pero ya le encantaba salir a explorar ese bosque que les rodeaba, eso sí, sin que mamá se enterase.

Oyó un rugido, giró la cabeza con una sonrisa y allí estaba, tan grande y fuerte como siempre. Los Venusaur ya habían madurado del todo, la flor se les había abierto y olían maravillosamente, pero mamá era especial. A ella se le acercaban muchos pokémon de tipo bicho, más que a los demás, desde el Caterpie más tímido al Beedrill más feroz, a todos les encantaba su olor. Corrió hacia ella y le rozo el hocico con el suyo. Tenía hambre y ella traía la comida, sacó sus látigos y los usó para dejar en el suelo toda la comida que llevaba en la espalda, protegida con las hojas. Sintió como el suelo empezaba a temblar, por un momento se asustó de que fuera algún pokémon agresivo, incluso mamá se puso en alerta, y de repente, salieron todos sus hermanos del gran árbol, corriendo para ir a comer.

Bulbasaur sabía que si no se daba prisa se quedaría sin comer, era el más pequeño y sus hermanos sólo se preocupaban de poder comer tanto como les permitieran sus estómagos. Así que sacó sus látigos, agarró una cuantas bayas y se las llevó, lejos del gran árbol. Quería estar solo. Siempre se había sentido despreciado por sus hermanos, por ser el más pequeño y débil de todos. Además tenía ganas de explorar un poco. Había cogido tres bayas aranja y dos bayas frambu, aquellas últimas eran sus favoritas, con un toque picante y seco. Estaba comiendo tranquilamente, sentado en una roca cerca del río, el sonido del agua le reconfortaba. Sentía la suave brisa en la cara, cerró los ojos y disfrutó de la soledad, pasaron unos minutos hasta quedarse dormido, cuando un ruido hizo que se despertara, vio que algo se acercaba detrás de unos arbustos, una sombra enorme y terrorífica.

Alzó la vista, y allí estaba, con sus enormes cuernos, esa piel rojiza y unos ojos que parecían dos soles del medio día. Ya le había visto antes, mamá luchó con él una vez para proteger su casa. Era incluso más alto que mamá. Bulbasaur, aterrorizado. Caminó lentamente hacia atrás, sin apartar la vista de esa bestia. El Scolipede gritó de una manera que hizo que se sintiera indefenso, que le dolieran las orejas y supo que era el momento, huir o perecer a manos de eso. Estaba solo, sus hermanos estarían jugando cerca del gran árbol gigante y mamá. "Oh mamá" pensó, "cuanto lo siento, debería haberme quedado cerca, sabía que alejarse tanto de casa era peligroso, pero soy un explorador, no me gusta quedarme tanto
Ilustración propia
tiempo en un mismo sitio, necesito ver cosas nuevas de vez en cuando." Empezó a correr, por encima de las rocas de la orilla del río, el Scolipede era demasiado grande para correr por allí así que le llevaba ventaja. Bulbasaur podía ser débil, pero era ágil, más que sus hermanos, y esas rocas ya se las conocía. Había pasado por allí centenares de veces. Pese a eso, el Scolipede era veloz, demasiado veloz, le pisaba los talones y si intentaba meterse en el bosque estaría perdido. 

Bulbasaur estaba tan concentrado en huir que no se dio cuenta de la caída, intentó frenar pero resbaló con el moho de la piedra y cayó. Vio al Scolipede en el borde del precipicio, chillando. Cerró los ojos y siguió cayendo. Entonces un montón de agua le cubrió el cuerpo, abrió los ojos y estaba en el río, pero no podía respirar, así que intento nadar hacia el exterior, tenía la boca llena de agua, las orejas taponadas y sentía que no podía moverse. La vista se le empezaba a nublar, eso era su final, o eso pensaba porque sin que se diera cuenta estaba yendo hacia la superficie, algo le empujaba. Cuando por fin consiguió salir, se agarró a un tronco que había allí e intentó recuperar fuerzas, respiró hondo, pero en vez de eso vomitó agua. Cuando la hubo sacado toda respiró, miró en el agua, pero no había nada, ¿habría sido su imaginación? Finalmente, con las fuerzas que le quedaban salió del río y miró hacia arriba; "una cascada" pensó mientras observaba la larga caída, aunque mientras caía le había parecido mil veces más alta. 

Se tumbó en el suelo, aliviado pero agotado. Segundos después le empezó a rugir el estómago, y se dio cuenta del hambre que tenía. No se había comido todas las bayas, se había dormido antes de comerse las dos que le faltaban, sus favoritas, y entonces apareció esa bestia entre los matorrales. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al recordar esos ojos brillantes. Sin saber muy bien qué hacer, se dirigió hacia el bosque, pero estaba perdido. Ese bosque era totalmente diferente del que conocía. Era oscuro, los árboles eran altos y retorcidos, tenían unas hojas verdes y oscuras. Le parecía muy raro, en el bosque dónde vivía en aquella época las hojas eran del color del fuego, colores cálidos, y caían al suelo constantemente, y pese a sus colores significaba que se acercaba el frío, y la nieve. La única manera de volver era siguiendo el río hasta volver al lugar dónde estaban sus bayas, pero tenía que buscar la manera de subir por ese precipicio.